
El célebre y desafiante fly winemaker francés se suma al debate sobre el futuro de la industria vitivinícola local. Asesor enológico que trabaja en 23 países, asegura: “Si la Argentina no tuviese el malbec, lo único que podría haber cultivado era verdura para ensalada”.
Divertido, directo, desafiante y de mente brillante, el francés Michel Rolland considera que a la Argentina aún le falta tiempo para hacer grandes vinos. La charla con él se da en el marco de la presentación de la nueva cosecha del vino Clos de los 7, un blend que realiza anualmente su bodega junto con otras tres, también de origen francés, con las que comparte 800 hectáreas de Valle de Uco. Rolland es asesor enológico, mejor conocido como fly winemaker, porque trabaja en 23 países a los que concurre entre tres y cuatro veces cada año.
Luego de su primera visita al país, en 1988, comenzó a trabajar con el malbec y fue parte del posicionamiento del vino argentino en el mundo. Sin pelos en la lengua reconoce que en la Argentina su labor generó impacto y consolidación “porque cuando llegué, dije: paren de arrancar malbec, por favor”. Su abuelo y su padre fueron viticultores en Bordeaux, donde Michel continúa la herencia; y este año en Francia celebra su cosecha número 50. Nuestro país es el que le sigue en número, con 34. Pero, riendo, advierte que la mejor cosecha fue la 1947, la del año de su nacimiento.
¿Qué otro varietal puede funcionar en la Argentina, sin contar el malbec?
Todo, todo funciona. Depende de la zona. Pero la pregunta es si vale la pena plantar todo tipo de variedades o hay que enfocarse en determinadas uvas, más allá del malbec, que es lo que nos da identidad. Es una pregunta que la Argentina se hace desde que llegué, hace 30 años. Si bien se producen muy buenos cabernet sauvignon, hemos visto que el malbec tenía y tiene un futuro mucho más grande. No es lo mismo la moda que lo que realmente funciona en el mercado. Hoy está de moda el cabernet franc, pero pienso que no es el futuro de la Argentina. El vino es un negocio. No es algo mágico ni de fantasmas, hay que ver un poco los números. En Bodega Rolland, donde se produce el Mariflor, planté cabernet franc en 2007, cuando nadie tenía. Veía que era algo que estaba de moda en todo el mundo, y así fue que salimos hoy con el primer vino de este varietal.
Entonces, ¿hay futuro para el cabernet franc?
La verdad es que no va a tomar el espacio del malbec, porque el malbec es el rey de las variedades para la Argentina.
Los productores naciones coinciden en que hay que seguir haciendo malbec, mostrar las distintas regiones, zonas y suelos. ¿Qué cree usted?
Que es buen vino.
¿Pensando solo en el malbec?
No [se ríe], se puede hacer malbec con algo más. Como los blend de malbec. Por eso, los productores siguen apostando a plantar malbec.
¿La gente no quiere escuchar hablar de otra cosa?
No, eso no es así. Mi abuelo tenía un viñedo en Pommerol, mi padre en Pommerol, yo tengo en Pommerol. Si yo le hubiera preguntado a mi abuelo “¿por qué estás plantando merlot?”, me hubiera mirado y pensado: “¿Está loco este chico? ¿Tomó algo que le hizo mal?” Hoy en día nadie va a Petrus a preguntar: ¿siguen usando merlot? Cuando se hace buen vino, se hace buen vino, entonces por qué cambiar. Y sí, hay que seguir haciendo malbec, y en todo el país, porque es la variedad que funciona. Ahora, si te sentís capaz de hacer otra variedad, vamos, te la hago. Podemos hacer cabernet sauvignon, torrontés, sauvignon blanc o cabernet franc muy buenos, pero el emblema de la variedad argentina es y seguirá siendo el malbec. Hay que seguir. Se puede variar, e inventar cosas, por ejemplo, en la línea ícono Mariflor [nombre de su hija]; están los vinos de mis nietos [Camille, Arthur & Theo y Raphael] allí elaboré varios blend que tienen malbec- merlot; malbec-cabernet sauvignon; malbec- syrah y malbec -cabernet franc. Siempre está presente el malbec. ¿Por qué buscar lo que no tenemos si tenemos la suerte de tener malbec? Seguro que si no hubiera malbec habría sido imposible que la Argentina sea líder. Sin malbec nunca hubiera llegado al mercado internacional. Hubiera tenido que cultivar verdura para ensalada.
Pero esta cuestión es un poco el problema del mundo actual, buscar lo que no tenemos.
Muchos creen que tenemos que ver más allá del malbec, pero mirando el consumo mundial: el vino argentino representa solo un toma del 3%, y de ese porcentaje casi el 2% es malbec. Está claro que el crecimiento tiene que seguir el país es de la mano del malbec. Lo más complicado son los 100 primeros años. Pensá en Chateau Lafite, ellos nunca van a arrancar su cabernet sauvignon para cambiar. Por eso, lo que hay que hacer en Argentina es consolidar más su imagen. Seguro que va a lograr un gran vino, está andando bien, pero necesita más tiempo.
¿Entonces, Argentina aún no es un país que produce grandes vinos?
No, no lo es. Necesita 20 o 30 años más, eso es la vida, es así. Hoy lo que hay son algunos grandes malbec que te dan la pauta que Argentina puede producir grandes vinos. Hay algunos, pero eso no es suficiente para que el país termine de consolidarse como productor de vinos de gran calidad. Eso requiere por lo menos medio siglo. Pensá que hace 20 años solo había porquería en la Argentina, perdón, pero es la verdad. Hoy hay buenos vinos, no están mal. Y dentro de esos buenos vinos hay grandes vinos. Pero se necesita tiempo para ser reconocido en el abanico mundial. Yo se que a la gente no le gusta, y a mi menos que menos porque no me queda mucho tiempo. Hacer vino no cuesta nada, salvo el primer siglo.
¿Además de hacer grandes vinos, la posibilidad de protagonizar el escenario mundial se asocia a un tema de políticas de exportación?
Sí, porque si bien la Argentina recorrió mucho camino en poco tiempo y –más allá que falte tiempo para una consolidación mundial– la otra pata del análisis del reconocimiento se relaciona con la inversión. Y los inversores, como yo que soy uno de ellos, tienen miedo. No quieren venir. Un inversor busca un país más tranquilo. Por otro lado, falta el apoyo de una política que, como por ejemplo en Chile, cancele las tasas de exportación y así poder entrar más fácilmente en Japón, en China y en Corea.
Pero desde hace décadas, al menos hace 30 años, cuando usted llegó a la Argentina, el panorama político-económico fue el mismo, siempre va y viene.
Sí, igual o peor.
Entonces , si seguimos así, ¿cuánto va a faltar para consolidarse?
Mucho. Mucho, mucho. Es un conjunto de todo y no es fácil. Pero hay buenos vinos.
Si hoy viene un inversor y quiere hacer buenos vinos, ¿dónde y que tipo de uva debería plantar?
Ah, cuando venga ése mandámelo que lo voy a asesorar [se ríe].
¿Qué pensás del torrontés argentino?
Creo que el torrontés es la otra cepa emblemática argentina. Aún le falta y ojalá yo tenga tiempo de hacerlo. Aunque evolucionó bastante, lo que no tiene es el mercado, y eso hay que construirlo. Me gustaría que la Argentina, además de ser la representante del malbec, que ya lo hemos logrado, sea la representante del torrontés. Porque con el el torrontés pasa lo mismo que con el malbec, no existe en ningún otro lado, no hay. Qué suerte que tiene la Argentina de tener esta variedad que no existe. Me encantaría que en Francia pasara eso.
¿Cómo se construye un mercado para el torrontés?
Armar un mercado es siempre complicado, hay que entrar y convencerlos de es un buen vino. Porque, aunque sea un buen vino, nada hace que me vayan a creer que realmente lo sea. Es un trabajo de mucho tiempo que aún se está haciendo con el malbec.
¿Cree que hay un mercado posible para los estilos que buscan los consumidores más jóvenes? ¿Cómo los vinos naturales?
Se puede pensar y hacer de todo, pero hasta que funciona es solo una buena idea. El mundo siempre fue así. Hay cosas nuevas que se acaban solas. Tomando el ejemplo de Francia, podemos preguntarnos cuáles son los vinos buenos en Francia, los que eran buenos hace 50 años, 100 años, o las nuevas tonterías que aparecen. Esos vinos con frescura y lalalala… van a desaparecer naturalmente. Hay un momento en que tienen éxito y es negocio; pero solo pueden funcionar a corto plazo. Pero esos vinos no van a servir para el mercado mundial, solo van a funcionar para el mercado interno y para los nuevos bohemios, los hipster. Funcionan internamente, pero nadie los exporta. Puedo entender que un tipo esté feliz haciendo solo dos barricas de un vino, pero ese no es mi trabajo.
Cuando hace 25 años, la Argentina entró en el mercado de Estados Unidos logró crecer y ser reconocido. ¿En qué otro lugar podría enfocarse hoy?
Nunca va a ser igual como fue entrar en el mercado de Estados Unidos, porque llegó en un momento en donde todo el mundo estaba mejorando sus vinos, y la Argentina se presentó con una variedad, el malbec, y el mercado internacional era favorable. Hoy, después de 25 años, todos los países mejoraron, hay una competencia mucho más fuerte que a principios de 2000. Todos quieren aumentar rápidamente el volumen de ventas. Pero eso no va a pasar. Lo que hay que hacer es remar un poco, como dicen acá, remar en dulce de leche. Igualmente estamos dentro del mercado. Hubiera sido mucho peor si hace 25 años no hubiéramos llegado. La Argentina existe, todo el mundo conoce a la Argentina y el malbec.
¿Cuál fue tu primer experiencia con el malbec?
La primera vez que vine al país, en 1988, fui invitado por Arnaldo Etchart a Cafayate. Cuando empezamos a conversar, le dije: “Mirá Arnaldo, disculpame, pero no tengo la menor idea qué es un vino argentino, quiero probar. Y bueno… Esa fue una tremenda experiencia. Probé 36 vinos y ninguno respondía a mi gusto. Pero volví, porque ahí está el conocimiento del enólogo: es a través de un vino malo donde se puede ver si hay potencial. Aún guardo las ficha de esa cata.
¿Cómo era la escena local desde la visión de un experto en vino francés?
La primera cena que tuve en Buenos Aires fue con Arnaldo y Miguel Brascó, que por suerte me traducía un poco, y fuimos a comer al Jockey Club. Primero llegó el vino blanco en un balde con hielo, no estaba fantástico pero… Cuando llegamos al tinto fue terrible. Era febrero y el vino estaba caliente, a 28 grados. Entonces, Arnaldo me pregunta si el vino me parecía bueno o había que mejorarlo; y lo primero que le dije fue, antes que nada, hay que enfriarlo porque a esta temperatura no se puede ni beber. Acto seguido le dijo al mozo que pusiera el tinto en un balde con hielo y el camarero, muy enojado, le dijo: “Señor, nunca voy a poner un tinto en un balde con hielo”. Hasta que Arnaldo lo miró y por fin llegó el balde con hielo. Esa era la cultura del consumo de hace 30 años. Reconozco que en la Argentina generé cierto impacto y consolidación del mercado, porque cuando llegué, dije: “paren de arrancar malbec, por favor”. Hay algunos que lo recuerdan, entonces disculpen señores, pero el malbec es mi culpa [risas].
14/05/2022 fuente